(en invoquant à la folie)

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outre le monde, dans un autre lieu

miércoles, 25 de junio de 2014

SOBRE EL ABANICO DE POSIBILIDADES DEL AEROPUERTO 748



Hubiera sido preferible que las escaleras se dirigiesen en otra dirección. Si hubieran sido escaleras que suben, el tráfico del personal cargado de maletones y sudor hubiera sido ascendente en lugar de descendente, y por el lado de abajo, los topos hubieran podido amontonarse en los rincones y el desfile de cucharillas de té hubiera sido posible recibiendo también así, el aplauso y la euforia de todos los allí presentes. Sin embargo, las escaleras iban hacia abajo, de tal forma que el tráfico sólo hacía que caer al desván del aeropuerto que, casualmente, comunicaba con el desván de unos grandes almacenes donde caían relojes, patas de cangrejo, aceitunas, papel higiénico, gafas de luna, zumos de vainilla y una variedad infinita de cosas que la gente aprovechaba para empacarse en los bolsillos y huecos de las maletas que quedaban libres. Con esa suerte, era bastante común que los viajeros, entretenidos en sus robos ingenuos, perdieran el vuelo y por si no lo sabían, no había posibilidad de devolución del importe pagado por el viaje pactado, de hecho, lo habían firmado digitalmente con un click sobre un cuadradito de la pantalla de sus ordenadores. A pesar de eso, nadie sabía cómo, los aviones siempre iban abarrotados. Salían hacia el azul con cientos de pasajeros amontonados incluso en los pasillos. El carrito de los diarios dejó de ser tal para convertirse en una cesta de mimbre de diarios que los pasajeros desacomodados en los pasillos se iban pasando de unos a otros. Con tal desorden, el capitán de la tripulación se volvía loco y siempre confundía su destino. De tal forma que los que creían que iban a España aterrizaban en Sudán y los que creían que iban a La Plata, llegaban a Los Ángeles. Resultó tan así que un día el presidente de la República del multiverso decidió borrar del mapa todos los nombres con chicle para que cada cual decidiera el nombre del lugar. Así, sin moverme de España, tuve el placer de viajar a la India, Egipto, Grecia, Creta, Roma, Praga, París, Tailandia y Marruecos. Con el paso de los años, los países se fueron poblando de gentes tan diferentes que ya no quedaban rasgos ni patrones comunes sobre los que defender una identidad nacional o algo parecido. No había bandera que ondear ni sol al que enfrentarse. Fueron tantas las costumbres dispares que convivieron que no quedó ni rastro de unidad. Pluralidad de colores, estruendos, llantos, manías, descuentos y enseres se atolondraban de manzano en almendro y de almendro en olivo sin cesar. Baratapúm. Sin condición. Rojos a rallas y verdes crisposos poblaban balcones vacíos de exigencias. Con los sueños colmados y una paz que sin buscarla, se había dado. El mundo pasó así a morir para dar lugar a otra cosa tan distinta, que nunca ya se le pudo llamar “mundo”.

Iris Martínez Pallarés

DEL ALMA Y SU AUSENCIA



El día está gris por el lado izquierdo del último vagón del tren de cercanías. Los demás viajeros hacen como si nada, como siempre, pero salta a la vista. Hasta el sentido común puede percatarse de ello. Gris ceniza.
Un hombre barbudo de aspecto descuidado que viste vaqueros y camisa de cuadros, escucha música a través de los auriculares y canta desvergonzadamente mientras tararea al compás, o no, de la partitura que está leyendo. Tiene un bonito pelo. A su derecha mira por la ventana una mujer de pelo rizado. Así es la vida, tiene cara de estar pensando. Será madre, esposa, hija y hermana…En el libro que esconde la mochila de la estudiante que se sienta a su lado, se lee una sola frase: “más vale colgado que mal casado”.
Hay algo en toda esta realidad común a todos que me tropieza y a lo que no me acostumbro. Ese algo me dice que huya. Y sin haberlo elegido, en la segunda parada comienzo a metamorfosear. Siento el descender a mi cieno. Bajo al subsuelo. Caigo como cae Alicia en la madriguera, siento el vértigo. La profundidad que se abre ahora ante mí me atrae, me seduce, despierta en mí el deseo de caer. Y me dejo vencer. Aterrizo. Es mi subsuelo. Todo es oscuro, nada se distingue. Respiro. Oigo a la perfección el subir por la tráquea del aire, el atravesar la garganta, la expulsión por la boca, el desliz entre mis labios. Oigo el sonido del fluir de la sangre por mis venas, a toda prisa, imparable. En pocos segundos me acostumbro a la penumbra y paulatinamente, comienza a clarear. Solo rezo por que todo suceda antes del desembarco. Y entonces, comienzo a ver, comienzo a sentir.
Siento el hervor en mi interior de algo que implora salir afuera, quiero comprenderlo. Silencio. No hay banda, no hay música. Silencio. Se oye esa voz desde adentro. Canta sin desentonar ni un ápice. Pero yo no la entiendo. Creo que canta, creo que grita, creo que sí, quiere salir. Silencio. Y entonces, comprendo, que tengo el alma dividida, duplicada, escindida. Miles de fuerzas se cruzan, algunas tropiezan, otras ni se miran, ni se tocan, ni se ven. Intento concebir la unidad del todo que me conforma pero no la diviso, es mentira, no hay yo, no hay sujeto; sólo pluralidad de fuerzas que se trenzan, se encuentran, se salvan, se matan. Lo estoy viendo.
Ha muerto el sujeto, está mutilado, y el cerebro rezuma charcos de rojo granate. ¿Quién limpiará la sangre de mis manos? Ahora los temblores se agolpan, como los pasos de un caballo que corre sobre un puente hueco de madera. Es todo un desastre. Asisto a mi raíz y nada tiene sentido. ¿Quiénes han sido los monstruos que me han vestido? Rechino los dientes contra mí misma. Siento la dentera y el escalofrío trepando por mi espalda, vértebra a vértebra. Se eriza mi pelo. Me retuerce su cosquilleo…
¿Cómo explicar el placer? Me cubre de pies a cabeza. No quiero volver.

Iris Martínez Pallarés

LEVIATÁN

Las olas se rompieron formando el monstruo del sueño de una razón cualquiera. Ni el cielo ni la tierra podrían rebajarlo. Su sombra lo cubría todo y el miedo acechaba los pueblos y las ciudades. Lejos del consenso cada cuál se separó del resto en búsqueda de la supervivencia y las sociedades se disociaron quedando reducidas a un estado de nada. Parecía obra de algún Dios, de algún diablo. El miedo lo acechaba todo. Tormentas y temblores, gritos desesperados. Terror. Pero el monstruo no se movió, quedó abrumado en la contemplación de aquel alboroto. Pasó dias y noches observando, su vista alcanzaba todo. Una noche se sentó, pero nadie se sentía tranquilo bajo el cobijo de aquella sombra nauseabunda. Aquél Leviatán no parecía de ningun modo inofensivo, sin embargo, pasados los días amaneció riendo con desparpajo y volvió a las profundidades del océano. Se convirtió en tierra y espuma. No dijo que se marchaba ni si volvería. Las personas volvieron a sus tierras, y entonces, todo cambió. Hubo quien dejó su casa, hubo quién la quemó. Alguno que otro declaró miedos y amores inconfesables y más de uno zarpó insatisfecho, en búsqueda de nuevas gentes y razas. Del polvo naciste, y en polvo te convertirás.

EN LA TRANSGRESIÓN DE LAS GOTAS



Los pasos marcan las cinco de la mañana, el sol ni siquiera ha despertado. En la calle, asfalto, ratas y gatas en celo. Se pone a llover. Las calles comienzan a estar empapadas. Lleguo a casa con el alma calada y no solo del agua. Las nubes a penas se atisban, pero se derriten sobre el mundo. A borbotones. Como cascadas. Nada en mi cabeza, estrellas y agua. El silencio se ha quebrado. El sueño está de ante mano, truncado. Hasta las trancas. Podría perderme en ese cielo. Podría ganar el cielo. El agua rocía todo. Y yo soy un pedazo. Esta era una de las razones por las que valía la pena vivir. Y se hace silencio que queda roto por los pasos, roto por los latidazos. La lluvia queda afuera, no tengo más para nadie. Yo vuelvo a estar conmigo. No soy ya de la tormenta, ni de las estrellas. Estoy en mí. Con todo lo que ello implica. Botas fuera. Es un placer dejar una en cada escalón. La soledad tiene sus premios. Yo, frente al espejo. ¿Qué coño es esto? Dientes, tierra, piedras. Es involuntario. Eso que tengo adentro envuelve cuanto le pertenece y se deja llevar por ella. Es como una ola turbulosamente en calma. Siempre más preguntas que respuestas. Las dicotomías me sumisan. Ahora frío, antes calor. Tengo la cama para mí entera. Dunas y dunas de algodón. La soledad tiene su precio. Veo el cuenta gotas, marca seis... ¿Hasta cuándo? Y brota el amanecer. Fugaz, como todo lo demás.

Iris Martínez Pallarés