hay cosas peores que estar solo pero a menudo toma décadas darse cuenta de ello y más a menudo cuando esto ocurre es demasiado tarde y no hay nada peor que un demasiado tarde
(en invoquant à la folie)
miércoles, 25 de junio de 2014
EN LA TRANSGRESIÓN DE LAS GOTAS
Los pasos marcan las cinco de la mañana, el sol ni siquiera ha despertado. En la calle, asfalto, ratas y gatas en celo. Se pone a llover. Las calles comienzan a estar empapadas. Lleguo a casa con el alma calada y no solo del agua. Las nubes a penas se atisban, pero se derriten sobre el mundo. A borbotones. Como cascadas. Nada en mi cabeza, estrellas y agua. El silencio se ha quebrado. El sueño está de ante mano, truncado. Hasta las trancas. Podría perderme en ese cielo. Podría ganar el cielo. El agua rocía todo. Y yo soy un pedazo. Esta era una de las razones por las que valía la pena vivir. Y se hace silencio que queda roto por los pasos, roto por los latidazos. La lluvia queda afuera, no tengo más para nadie. Yo vuelvo a estar conmigo. No soy ya de la tormenta, ni de las estrellas. Estoy en mí. Con todo lo que ello implica. Botas fuera. Es un placer dejar una en cada escalón. La soledad tiene sus premios. Yo, frente al espejo. ¿Qué coño es esto? Dientes, tierra, piedras. Es involuntario. Eso que tengo adentro envuelve cuanto le pertenece y se deja llevar por ella. Es como una ola turbulosamente en calma. Siempre más preguntas que respuestas. Las dicotomías me sumisan. Ahora frío, antes calor. Tengo la cama para mí entera. Dunas y dunas de algodón. La soledad tiene su precio. Veo el cuenta gotas, marca seis... ¿Hasta cuándo? Y brota el amanecer. Fugaz, como todo lo demás.
Iris Martínez Pallarés
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario