(en invoquant à la folie)

(en invoquant à la folie)
outre le monde, dans un autre lieu

miércoles, 25 de junio de 2014

DEL ALMA Y SU AUSENCIA



El día está gris por el lado izquierdo del último vagón del tren de cercanías. Los demás viajeros hacen como si nada, como siempre, pero salta a la vista. Hasta el sentido común puede percatarse de ello. Gris ceniza.
Un hombre barbudo de aspecto descuidado que viste vaqueros y camisa de cuadros, escucha música a través de los auriculares y canta desvergonzadamente mientras tararea al compás, o no, de la partitura que está leyendo. Tiene un bonito pelo. A su derecha mira por la ventana una mujer de pelo rizado. Así es la vida, tiene cara de estar pensando. Será madre, esposa, hija y hermana…En el libro que esconde la mochila de la estudiante que se sienta a su lado, se lee una sola frase: “más vale colgado que mal casado”.
Hay algo en toda esta realidad común a todos que me tropieza y a lo que no me acostumbro. Ese algo me dice que huya. Y sin haberlo elegido, en la segunda parada comienzo a metamorfosear. Siento el descender a mi cieno. Bajo al subsuelo. Caigo como cae Alicia en la madriguera, siento el vértigo. La profundidad que se abre ahora ante mí me atrae, me seduce, despierta en mí el deseo de caer. Y me dejo vencer. Aterrizo. Es mi subsuelo. Todo es oscuro, nada se distingue. Respiro. Oigo a la perfección el subir por la tráquea del aire, el atravesar la garganta, la expulsión por la boca, el desliz entre mis labios. Oigo el sonido del fluir de la sangre por mis venas, a toda prisa, imparable. En pocos segundos me acostumbro a la penumbra y paulatinamente, comienza a clarear. Solo rezo por que todo suceda antes del desembarco. Y entonces, comienzo a ver, comienzo a sentir.
Siento el hervor en mi interior de algo que implora salir afuera, quiero comprenderlo. Silencio. No hay banda, no hay música. Silencio. Se oye esa voz desde adentro. Canta sin desentonar ni un ápice. Pero yo no la entiendo. Creo que canta, creo que grita, creo que sí, quiere salir. Silencio. Y entonces, comprendo, que tengo el alma dividida, duplicada, escindida. Miles de fuerzas se cruzan, algunas tropiezan, otras ni se miran, ni se tocan, ni se ven. Intento concebir la unidad del todo que me conforma pero no la diviso, es mentira, no hay yo, no hay sujeto; sólo pluralidad de fuerzas que se trenzan, se encuentran, se salvan, se matan. Lo estoy viendo.
Ha muerto el sujeto, está mutilado, y el cerebro rezuma charcos de rojo granate. ¿Quién limpiará la sangre de mis manos? Ahora los temblores se agolpan, como los pasos de un caballo que corre sobre un puente hueco de madera. Es todo un desastre. Asisto a mi raíz y nada tiene sentido. ¿Quiénes han sido los monstruos que me han vestido? Rechino los dientes contra mí misma. Siento la dentera y el escalofrío trepando por mi espalda, vértebra a vértebra. Se eriza mi pelo. Me retuerce su cosquilleo…
¿Cómo explicar el placer? Me cubre de pies a cabeza. No quiero volver.

Iris Martínez Pallarés

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